Hace pocos días se presentó una exposición que documenta las diversas maneras en que los artistas han representado el rostro de Jesús en los últimos 1.600 años. A propósito de esto es importante recordar que el Antiguo Testamento señala “No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra” (Éxodo 20, 4-6).
Esta especie de iconofobia, señala Román Gubern en “Patologías de la imagen”, pretendía ser una "protección contra la tentación idolátrica" y, además, denunciar como arrogancia y blasfemia la creación de imágenes antropomorfas.Este tema desató múltiples y, a veces, violentos debates, y recién en el Concilio de Nicea de 787 se legitimó la creación de imágenes. La decisión, sostiene Gubern, se justificó señalando que el honor rendido al ícono alcanza al prototipo (“translatio ad prototipum”) y aquel que se inclina ante el ícono lo hace ante la divinidad.
El que un Concilio tuviera que hacerse cargo del tema de las imágenes evidencia la importancia de ellas en el terreno del poder. No es ajeno a esto que los talibanes, hace sólo cuatro años, hayan emitido una orden en Afganistán, a partir de una interpretación estricta del Corán, de destruir todas las estatuas del país.
Sin embargo, en Nicea persistieron algunas trabas porque se exigían imágenes austeras que condujeron a un academicismo muy rígido (Arnold Hauser, "Historia social de la literatura y el arte."). El argumento era que debían evitarse imágenes “excesivamente hermosas” para que el observador no se embelesara con ellas impidiendo así la alabanza a Dios.
Antes de este debate, en el siglo IV, y de alguna manera manteniendo la tradición del Antiguo Testamento, había surgido la leyenda del Mandylion. En ella se sostenía que el Rey Agbar de Edessa (Siria) había encargado a su pintor un retrato de Cristo. Cuando llegó el momento el artista se impresionó por el resplandor que emanaba de su figura y fue incapaz de reproducir su rostro, ante lo cual Cristo le pidió el lienzo donde lo iba a retratar y, al ponerlo en contacto con su piel, estampó allí su rostro. La leyenda se las arreglaba para mantener la tradición -la imagen no había sido creada por el hombre- y durante muchos siglos fue el Canon de la representación de Cristo.Volviendo a la exposición de Alemania, los organizadores señalaron que, con el paso de los siglos, resultaba evidente que la representación de Jesús se fue europeizando, su piel fue más clara y sus cabellos ondulados y castaños o rubios.
En el cine también se han visto representaciones de Cristo muy distintas según quien las haya realizado. El cineasta Pier Paolo Passolini hace “El evangelio según Mateo” en 1964 y Franco Zeffirelli “Jesús de Nazareth” en 1977. Ellos ponen en escena dos versiones muy distintas de Jesús, tanto desde el punto de vista de su imagen como de la escritura cinematográfica que emplearon para abordarlo.
Passolini, poeta, escritor y dramaturgo marxista, lo aborda en su dimensión histórica creando un personaje más humano que divino. Y esa mirada está reforzada con una película en blanco y negro, una estética austera y filmada con cámara en mano, con un Cristo que, a ratos, al espectador se le pierde entre la gente. Un personaje terrenal, de este mundo.
Por su parte, Zeffirelli, un católico muy cercano al Vaticano, realiza una versión a todo color, con filtros en el lente para acentuar una imagen etérea, con un tratamiento cinematográfico que le otorga solemnidad y grandeza. Con una cámara que, más que filmarlo, lo contempla y lo venera.
En suma, las imágenes se pueden convertir en un campo de batalla en donde se expresa una disputa de poder que tiene muchos siglos y permanece hasta hoy. La lucha por dominar el imaginario colectivo o la hegemonía simbólica es intensa. No es casual que uno de los primeros objetivos de los vencedores de una revolución o una guerra sea derribar las efigies del gobernante anterior. Sin ir muy lejos, hay que recordar la reiterada imagen televisiva de la caída de la estatua de Hussein en la guerra de Irak.
Las imágenes no son neutras. Por el contrario, expresan diferentes visiones de la historia y del mundo que nos rodea; una subjetividad, un modo de mirar. Así es que, atención, hay que ponerle mucho ojo a las imágenes.