Los fieles del barrio La Tartuca, en Siena, se unieron en un murmullo de

El párroco, enérgico, descendió por las gradas, se acercó hasta quedar a pocos centímetros del animal, le dio su bendición y luego, mirándolo a los ojos, con voz firme le dijo “¡va e torna vincitore!”.
Me acordé de esta escena cuando en Valparaíso descubrí que los perros también van a misa. Quizá lo hacen porque buscan el paraíso -si no es en Valparaíso, ¿dónde?- o sencillamente porque se sienten acogidos.
Caminando por Cerro Alegre me encontré con la Parroquia San Judas Tadeo y entré. Me fijé en varios perros que estaban en primera fila, delante de los asientos. Algunos dormitaban -quizá ya habían estado en la misa de las diez y les daba lata repetírsela- otros paseaban y una perrita escuchaba atentamente al cura.

Fue entonces cuando me acordé del Palio de Siena, una fiesta que mezcla elementos religiosos y paganos de la que existen crónicas desde 1283, aunque se supone mucho más antigua. Dos veces al año, el 2 de julio y el 16 de agosto, en la Piazza del Campo, que tiene forma de herradura, 17 jinetes que representan a los barrios de Siena se lanzan en una carrera frenética que dura menos de un minuto.
Todo vale, los caballos son duramente fustigados, los rivales se golpean, algunos caen, otros se estrellan contra un muro mientras la multitud, enfervorizada, alienta a su favorito. Después de tres vueltas a la pista el jinete ganador recibe el Palio, un estandarte de seda, y es llevado en andas mientras todos besan y celebran al caballo. Luego, en una fiesta que dura hasta la madrugada, las mesas se sacan a la calle, los vecinos comparten la cena y las bandas de música recorren la ciudad llenándola de sonidos y colores.
En las horas previas a la carrera cada uno de los caballos es conducido a la capilla del barrio para recibir la bendición del cura. Según la tradición, si el animal caga dentro de la Iglesia es un muy buen presagio. Por eso, desde que el corcel entró a la parroquia de La Tartuca vestido de amarillo y azul oscuro, los colores oficiales del barrio, todos, los vecinos, el jinete, San Antonio de Padua, otros santos que andaban por allí y el cura estaban pendientes, esperando la señal divina. Cuando el caballo cagó todos dieron rienda suelta a su alegría y fue entonces que el sacerdote se acercó y le dio el mandato: “va e torna vincitore”.
Luego de la ceremonia la mierda fue recogida con pala, el piso baldeado, los santos tapados, San Antonio de Padua lucía radiante y todos estaban emocionados por la gran cagada que el caballo dejó en la Iglesia.
(*) Tomo prestado el título "Memorial del Convento" (1982) de la excelente novela de José Saramago, Premio Nobel de Literatura 1998, que mezcla, por una parte, lo real, lo cotidiano, la caca, por ejemplo, y por otra, los mitos, las leyendas y lo ceremonial.