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"Cuando dejé el bar poco antes de amanecer, una lluvia fina caía sobre la avenida Aoyama. Estaba exhausto. La lluvia empapaba muda los bloques de rascacielos que se erguían silenciosos como lápidas. Dejé el coche aparcado delante del bar y volví a casa andando. A medio camino, me senté en una valla y contemplé un gran cuervo que graznaba posado en un semáforo. A las cuatro de la mañana, la ciudad se veía miserable y sucia. La sombra de la putrefacción y la decadencia lo cubría todo. Y yo era una parte integrante de ella. Como una sombra impresa en la pared." ("Al oeste del sol, al sur de la frontera", Haruki Murakami).

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"A las cinco de la tarde, a finales de marzo, el azul inmaculado del cielo de Roma empezaba a palidecer y un vaho mortecino empañana la transparencia azul de las calles estrechas. Las cúpulas de las antiguas Iglesias que, como pechos de gigantas yacentes, se elevaban por encima de los techos angulares, seguían bañadas por la luz dorada, que también bañaba la cima de aquella inmensa cascada de peldaños de piedra que bajaba de Trinitá dei Monti a Piazza di Spagna. Durante todo el día aquella pródiga y amplia fuente de escalones había acogido a una multitud de personas que, sin una ocupación regular o legítima, se había acurrucado al sol, y, a medida que este se ponía, esa horda desamparada iba trepando más arriba, como los supervivientes de una inundación suben a las montañas a medida que crece el agua. Los pocos que quedaban se apiñaban ahora en los escalones más altos para recibir el adiós del sol. Lo acogían con evidentes signos de reverencia en el rostro y las manos inmóviles, porque casi todos estaban quietos y en silencio." ("La primavera romana de la señora Stone", Tennessee Williams.)

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"Miró por la ventanilla de la izquierda, de un cristal que impedía que lo vieran desde el exterior. Le costó un momento entender que conocía a la mujer que viajaba en el asiento posterior del taxi situado junto a su automóvil. Era su esposa, con la que llevaba casado veintidós días: Elise Shifrin, poetisa con derecho consanguíneo a la fabulosa fortuna bancaria de los Shifrin, en Europa y el mundo entero.
- "¿Y tu automóvil?
- Parece que no lo podemos encontrar- dijo ella.
- Me ofrezco a llevarte.
- No, imposible. De ninguna manera. Sé que trabajas cuando viajas. Y me gustan los taxis. Nunca se me ha dado bien la geografía. Aprendo cosas preguntando a los taxistas de dónde vienen.
- Vienen del horror y la desesperación.
- Sí, exactamente. Basta con coger un taxi para enterarse de cuáles son los países donde reina el malestar y el descontento.
- Hace tiempo que no te veo. Esta mañana te estuve buscando.
Se quitó las gafas de sol,para subrayar el efecto. Ella le escrutó los ojos. Lo miró con atención absoluta.
- Tienes los ojos azules- le dijo. (....) Nunca me habías dicho que tuvieras los ojos azules." ("Cosmópolis", Don DeLillo.)
