
Siempre he tenido la sensación de que el cuerpo tiene varias capas, o varios cuerpos, pero sólo algunos asoman a la superficie. Cuerpos ocultos, enterrados, subterráneos, olvidados, clandestinos, abandonados, cuerpos que como vagabundos ciegos intentan romper las barreras del encierro, cuerpos que tienen las huellas de nuestra historia, cuerpos que tienen cosas que decirnos.

Y en “Kôrper” (Cuerpos) de Sasha Waltz (la sucesora de Pina Baush, figura clave de la danza contemporánea alemana), hay una potente escritura con el cuerpo que remite tanto a los sufrimientos en los campos de concentración nazis como a la relectura que los cuerpos hacen de sí mismos respecto de lo femenino y lo masculino.
La presencia cercana de los cuerpos en un escenario teatral tiene un enorme poder para construir emociones y estas obras, y tantas otras, me provocan la sensación de que el cuerpo tiene varias capas, o varios cuerpos, algunos asomados a la superficie o a nuestra conciencia mientras otros permanecen en las profundidades, en las catacumbas.
Cuerpos ocultos, enterrados, subterráneos, olvidados, clandestinos, abandonados, cuerpos que como vagabundos ciegos intentan asomarse, salir a la superficie, romper las barreras del encierro, cuerpos que tienen las huellas de nuestra historia, cuerpos que tienen cosas que decirnos.
Al correr de estas notas se me vino a la memoria un libro de Therese Berterat, “El cuerpo tiene sus razones”, donde afirma que si el cuerpo es una casa apenas conocemos un par de habitaciones mientras las otras permanecen ocultas, llenas de telarañas, clausuradas. Cuerpos no expresados que el teatro, en algunas ocasiones, intenta sacar a la superficie.