
Años antes en EEUU habían aparecido Mary Pickford, Theda Bara (“la vampiresa que bebe el alma de su amante”) Valentino, Douglas Fairbanks y tantos otros. Como anota el filósofo francés Edgar Morin en su libro “Las estrellas de cine”, el vínculo afectivo entre espectador y héroe se vuelve tan personal que teme “lo que antes exigía: la muerte del héroe.” Las estrellas diosas se humanizan, señala Morin, "y se convierten en nuevos mediadores entre el mundo fantástico de los sueños y la vida cotidiana."
(No era el caso de la señorita que le escribió a Flores: ella se mataba si es que él no la miraba, quizá pensando que sólo una mirada de él bastaba para sanarla. Ella necesita ser descubierta por su mirada, si no la mira la mata, lo que viene a ser peor que el suicidio. Con la amenaza de su muerte ella se teatraliza, crea el escenario de su muerte y se sitúa en el mismo lugar que Alejandro Flores y, traidora paradoja, Flores, angustiado por su eventual suicidio se sale del escenario y queda atrapado en el balcón. Están condenados a no encontrarse nunca.)
El libro de Piña realiza un análisis de la relación entre teatro chileno y sociedad que alcanza un vuelo notable y que logra desplegarse con acierto hacia la crónica e incorpora testimonios de personajes fundamentales de la época: Joaquín Edwards Bello, Pedro Sienna, Manuel Rojas, entre muchos otros. Es interesante el relato sobre la emergencia y la constitución de las clases medias en los años 20 y su impacto en la vida cultural, y la capacidad del teatro de aquellos años de interpretar a un Chile que experimentaba cambios profundos.
También es apasionante la parte que examina “las modalidades del montaje teatral”, que es una especie de making off de la puesta en escena y algunos oficios. Entre ellos, me resulta particularmente atractivo el apuntador. Ubicado en algún lugar estratégico para no ser visto por el público o escondido en “la concha del apuntador” a ras de piso del escenario, era como señala Piña, un rol de gran confianza, el que “susurraba los textos que se habían extraviado en la memoria del actor” para que este tuviera el pie para iniciarlo o la clave para retomar algún diálogo interrumpido.
Me imagino que este personaje siempre vivía cercano a la tragedia, al borde del abismo y en tantas ocasiones debe haber sido el héroe anónimo que, en el último instante, cuando ya casi todo estaba perdido, lograba salvar a la diva del desprestigio y a la obra del descalabro.
Lo peor de todo era que, al contrario de lo que ocurría arriba del escenario con Alejandro Flores, al apuntador nadie lo veía porque su tarea en esta vida era permanecer oculto, hablar en voz baja y hacer como que no existía para que fueran las estrellas las que se lucieran y por si todo ello fuera poco nunca recibía cartas de amor de señoritas que clamaban por ser tocadas por su mirada.