jueves, septiembre 17, 2009

"Dawson: Isla 10"

Entro al cine a ver la película de Miguel Littin y me encuentro con una serie de sinopsis que comienza con "Avatar", relato que promete revolucionar el 3D con una historia fantástica que habita ese nuevo territorio que está entre el cine y los videojuegos. Luego sigue con la presentación de "All inclusive", del chileno Rodrigo Ortúzar, y después viene "Super", una comedia nacional con 41 personajes que transcurre íntegramente en un supermercado. La serie continúa con una de ciencia ficción que se llama "Sector 9", una especie de reserva para extraterrestres en Sudáfrica, y finalmente vemos un adelanto de "El silencio de Lorna", de los hermanos Dardenne que son los regalones del Festival de Cannes y ganan premios cada vez que se presentan.

Así están las cosas, la vida no es fácil, el cine tampoco, el que pestañea pierde, los poderosos de la industria hollywoodense se mueven rápido y pisan fuerte, hay muchos talentos emergentes, la competencia es intensa, el público infiel y muchas veces dice si te he visto no me acuerdo y vamos a la próxima.


Hay muchas maneras de mirar una película, con "Dawson..." me fui enganchando con algunos aspectos y fragmentos de la historia. La fotografía de Ioan Littin es sobrecogedora, tiene la textura y los colores inciertos de almas tristes, esas que ya no pueden pensar en el futuro y tampoco en un pasado que repentinamente desapareció mientras el presente se limita al dificultoso intento por sobrevivir. Es una fotografía que tiene que ver más con las emociones de los personajes que con el paisaje áspero que los rodea.

También es notable el trabajo de Ioan con la cámara que a ratos se agita, se va encima de los personajes y los escudriña como si fuera otra amenaza que los acecha. En otros momentos, en cambio, la cámara se transforma en otro ser, uno que pareciera tener piedad y que juega a desaparecer, a no existir, a observar con distancia y una sutil discreción a los personajes y sus circunstancias.

En la dirección Miguel Littin no construye una estructura narrativa precisa y opta por una progresión dramática basada en una tenue acumulación de emociones desde la narración de diversos fragmentos. Es una apuesta riesgosa porque los que no vivieron en aquella época pueden tener dificultades para comprometerse emocionalmente, pero Littin nunca abandona su opción y logra una coherencia que es fruto de su oficio y madurez.

Una mención especial merece el magnífico trabajo de Luis Dubó interpretando a un soldado rudo que, sin embargo, es capaz de percibir que algo anda muy mal en Dawson y reaccionar con humanidad.


Y, cómo no, se agradece que Sergio Bitar, interpretado por Benjamin Vicuña, escribiera el libro en que se basa la película y que haya tenido el coraje para publicarlo en 1987, cuando ser oposición y denunciar los atropellos no era precisamente un juego amable.

martes, septiembre 01, 2009

Los replicantes

Frankenstein la lleva: en Buenos Aires el musical, en México la ópera rock, Guillermo del Toro va a hacer la película en 2010, el engendro está de moda, Hans Larsson, un paleontólogo canadiense, quiere crear dinosaurios mediante la manipulación genética de embriones de pollos, me da miedo seguir leyendo (¿para qué queremos más dinosaurios?), y entonces arranco para el cine...



En 1931 James Whale realizó “Frankenstein”, con Boris Karloff encarnando al monstruo que se convertiría en un ícono del cine de terror. En la novela de Mary Shelley, escrita en 1818, el Doctor Víctor Frankenstein quería penetrar los misterios de la naturaleza humana mediante una “manipulación genética” bastante burda: crear un ser a partir de trozos de cadáveres humanos, lo que consigue cuando infunde una chispa de vida en lo que resultó ser un esperpento condenado a ser rechazado.

El tema del doble, o de la creación de un ser similar a los humanos, ya había tenido una versión en el cine expresionista alemán en El Golem (1914), de Paul Wegener y Henrik Galeen. La película está basada en una antigua leyenda judía en la que un rabino, por obra de la cábala, le da vida a una figura de arcilla para defender a los judíos. Pero, la criatura se escapa de control y provoca catástrofes. Obviamente, nadie lo quiere.

Entre las más destacadas historias acerca del doble llevadas al cine está “Blade Runner” (1982), dirigida por Ridley Scott basada en la novela de Philip K. Dick “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”, escrita en 1968.

A Dick le interesaba la ciencia ficción no sólo para narrar historias sino especialmente como un lugar desde donde abordar los dilemas de la naturaleza humana. El argumento gira en torno a una empresa transnacional de manipulación genética que ha creado unos seres artificiales tan sofisticados, los replicantes, la versión tecnológica más avanzada del modelo Nexus 6, cuya perfección hace difícil diferenciarlos de los humanos. Pero, ellos están programados sólo para funcionar durante cuatro años y, lo peor, carecen de recuerdos y emociones.

Los replicantes se sublevan al descubrir que están condenados a muerte. No entienden por qué su creador, a quien se refieren como el Padre, los condenó a un destino tan despiadado.Tras ellos está el policía Deckard, Harrison Ford, cuyo objetivo es eliminarlos. Mientras tanto, toma píldoras para manejar su estado anímico, es adicto a la televisión y un mercenario sin escrúpulos (¿les suena conocido?)

La escena clave para reflejar la dificultad para distinguir a los humanos de los robots está al final cuando el replicante Roy (Rutger Hauer) opta por lo inesperado y le salva la vida a su verdugo dejándolo sumido en la más profunda estupefacción y le dice: “Yo he visto cosas que ustedes los humanos no imaginan. Naves de ataque en llamas más allá de Orión. He visto rayos centellando en la oscuridad cerca de la puerta de Tanhäusser...Todos esos recuerdos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir”.


Quizá las drogas, los calmantes, los activadores cerebrales y los pollos convertidos en dinosaurios ya nos transformaron genéticamente. Quizá, como pensaba Philip K. Dick, necesitamos que venga un replicante y nos diga un par de cosas.