lunes, marzo 22, 2010

El espectador

En el cine todo es irreal. En una historia de ficción la imagen simula, la música sugiere, la luz inventa sombras y aparece un mundo imaginado por otro. Los actores juegan a ser personajes que no son, el director crea tiempos y espacios inexistentes, el espectador a ratos cree estar en una cierta realidad pero es sólo una fantasía.

Lo único verdadero en el cine es el espectador. Lo que siente, lo que cree, las relaciones que establece con los personajes, los recuerdos que trae a su memoria, los deseos que lo invaden; los miedos, las emociones, los pensamientos fraguados en la penumbra.

El espectador sueña despierto con imágenes que le iluminan sus zonas oscuras y le revelan sus secretos. Descubre su historia viajando al pasado, reviviendo a los muertos; asomándose al futuro, entrando en mundos imposibles que le parecen cercanos.

En una sala de cine el único que tiene existencia real se apasiona con lo irreal.

El cine es un permanente juego entre el alma del espectador y las fantasías de la pantalla. Una misteriosa relación entre la historia del que observa y la historia que le cuentan.



En "La rosa púrpura del Cairo" (1985), Woody Allen juega de modo brillante a cruzar la realidad y la ficción. Cecilia (Mia Farrow) es una mujer común y corriente que lleva una vida triste. Su trabajo la aburre, el marido la golpea y carece de horizontes. Su único refugio son las fantasías del cine que logran despegarla del mundo real.

Un día cualquiera, ve por enésima vez una de sus películas favoritas. En medio de la función queda estupefacta cuando Tom Baxter, el protagonista, abandona la pantalla, baja a la platea, pasa al mundo “real” de Cecilia y se enamora de ella.

Los productores de la película se inquietan ante este hecho insólito, advierten que su industria corre peligro si los personajes se rebelan y dejan de actuar, peor aún si se enamoran de personajes reales. Envían a Gil Sheperd, el actor que interpreta a Baxter, a traer de vuelta a la pantalla al díscolo personaje que les desordena el negocio.

Cecilia llega a conocer al actor que anda en búsqueda de su personaje (ambos interpretados por Jeff Danieles) y se enamora de él. Pero debe elegir entre un personaje irreal o el actor que lo interpreta. Opta por este último, sin embargo, también la abandona y regresa a Hollywood que, digámoslo, siempre es de mentira.

La dureza de su mundo y particularmente el deseo de escapar posibilitó que la ficción se introdujera pasajeramente en su historia y el que aparentemente era real, el único al que Cecilia podía aferrarse, también habitaba en el reino de las simulaciones.

Woody Allen juega con los cruces: los que están en la realidad escapan hacia la ficción, los que están en la ficción van a la realidad. Pero nadie queda contento, excepto el que dirige y crea ese misterioso juego de simulaciones.

En el cine, todo es irreal. Excepto el que observa.

lunes, marzo 08, 2010

El terremoto y la imagen de la bandera

Cuando luego de la catástrofe el artesano de Pelluhue Bruno Sandoval recorría el lugar y rescató una bandera chilena de los escombros y la levantó ante el requerimiento de un fotógrafo seguramente no tenía conciencia de que en ese momento se estaba gestando una señal de gran potencia.


Esa bandera enterrada, sucia, arrugada y rota estaba a punto de pasar al imaginario colectivo de los chilenos y dar la vuelta al mundo.

El gesto y la bandera son una metáfora de la muerte y el dolor, pero también expresa de un modo sencillo la voluntad de sobrevivir, de salir adelante, de volver a levantar este país.


Régis Debray sostiene que el nacimiento de la imagen está unido desde el principio a la muerte y que si la imagen arcaica surge de las tumbas, es como rechazo de la nada y para prolongar la vida.


Cada uno de nosotros establecemos, más allá del sentimiento colectivo, una relación personal, silenciosa, con la imagen de esa bandera que está impregnada de nuestros miedos, afanes, recuerdos y dolores. Cuando nos enfrentamos a aquellas imágenes que nos conmueven emocionalmente de algún modo hacemos una foto de nosotros mismos en el momento en que las contemplamos.

El asunto es relevante. En su libro “Atrapando la luz” Arthur Zajonc afirma que la luz de la naturaleza y de la mente -o quizá del alma, podríamos agregar- se entrelazan y suscitan la mirada, pero cada una de ellas por separado es misteriosa y oscura.

No es casual entonces que en latín la misma palabra, imago, señala a la imagen, la sombra y el alma.