lunes, diciembre 27, 2010

La censura y el coraje

Un grupo de chicas adolescentes disfrazadas de chicos adolescentes intentan entrar a un estadio de fútbol en Teherán, donde la selección se juega su participación en el Mundial de Alemania. En Irán a las mujeres se les prohíbe ver partidos de fútbol. Pero ellas entran. Las detienen. La película “Offside”, de Jafar Panahi, cineasta premiado en los más importantes festivales de cine del mundo, es prohibida. Las autoridades le dicen a Panahi que no siga. Él continúa realizando películas. Cuando estuvo en Chile en el Festival de Valdivia nos relató sus dificultades y manifestó su decisión de seguir haciendo cine en Irán. El autoexilio (que siempre es un exilio) no era una opción para él. Siguió haciendo cine. Hace poco fue condenado a seis años de prisión y a 20 años sin escribir guiones. Panahi tiene 50 años. Podría volver a escribir guiones cuando tenga 70 años. Podría.

Las prohibiciones son antiguas en el cine. En 1911, en Chile, se crea la “Liga de damas para la censura teatral”, que también condenan al cine: “nacen ideas –decían ellas- que envenenan los caracteres y dañan la imaginación. El sistema nervioso se agita. Los niños que van al cine salen con el alma muerta y la inocencia asesinada: ¡cine, de cualquier clase que seas, mil veces maldito! Durante la dictadura, en 1989, la película de Ignacio Agüero “Cien niños esperando un tren”, un relato sobre los talleres de cine para niños realizados por la profesora Alicia Vega, fue calificada sólo para mayores de 18 años, una forma tramposa para restringir su exhibición

En Chicago, en los inicios del cine, el jefe de la policía sostuvo que las funciones deben realizarse con la luz prendida porque la oscuridad induce al pecado. Actualmente existe en EEUU una oficina del Pentágono que lleva a cabo una “política de colaboración” con Hollywood facilitando tanques, helicópteros, submarinos, etc., a los productores. A cambio, tienen el derecho de revisar el guión y corregirlo en todo aquello que estimen necesario. Los militares asisten al rodaje e impiden las escenas que no se ajustan a lo acordado. El objetivo del ejército es proteger la imagen pública de la institución y “fomentar el reclutamiento y permanencia del personal militar”. Hay premios y castigos para los que colaboran y para los que no lo hacen. En el libro “Operación Hollywood. La censura del Pentágono”, del premiado periodista David L. Robb, se reporta lo ocurrido con cien películas, desde “Lassie” a “Parque Jurásico III”.

El Pentágono negó colaboración a, entre otras, “Apocalipsis now”, de Francis Coppola, y a “Platoon” y “Nacido el 4 de julio”, de Oliver Stone, entre muchas otras. Phil Strubb, el director de la oficina de enlace del Pentágono con Hollywood, se permitió exponer su particular visión de lo que es el realismo en el cine: “cualquier película que ofrezca una imagen negativa del ejército no es realista para nosotros.”

En “El día de la independencia”, protagonizada por Will Smith, Strubb se quejaba porque, ante la invasión extraterrestre, los esfuerzos de los soldados eran “patéticos, desesperados, desacertados y completamente inútiles…”. Y para colmo, decía, los héroes que logran el objetivo son civiles. Además, reclamaba porque el personaje interpretado por Smith tenía como pareja a “una bailarina de streptease, lo que dice muy poco a su favor.” Dean Devlin, el productor de la película, cambió lo que había que cambiar para obtener la colaboración y le inventó un pasado militar a los civiles que logran derrotar a los extraterrestres.

Panahi, en cambio, defendió sus valores y optó por la dignidad y por la libertad de creación, todas buenas razones para no olvidar su ejemplo, para denunciar la represión de que ha sido víctima y para lograr su libertad.

miércoles, diciembre 08, 2010

Post Mortem de Chile

El cineasta Pablo Larraín (Fuga, Tony Manero) logra en Post Mortem, su reciente película, una manera de mirar y de relatar muy personal, que escapa de las fórmulas, y genera una sensación de autenticidad desde las imágenes y en el modo de narrar la historia . Pocas veces se pueden ver relatos cinematográficos en los que acciones mínimas y silencios resulten mucho más elocuentes que las palabras, lo que permite al espectador la posibilidad de involucrarse a partir de las experiencias y las emociones propias. Si no es para eso, ¿para qué es el cine?



Post Mortem relata la historia de Mario (Alfredo Castro) que trabaja en la morgue y es el encargado de recibir decenas de cadáveres el día del Golpe y los posteriores. Es un tipo ausente, sin mayores intereses, excepto su vecina, Nancy (Antonia Zegers), una bailarina de cabaret, perteneciente a una familia que se opone al Golpe, razón por la que su casa es allanada. Mario la busca.

Es interesante el hecho de que la cámara nunca parece estar en el lugar ideal o convencional, lo que le otorga una cierta textura visual propia del documental chileno de los años Ochenta. Lejos de limitarse a registrar las acciones, el relato va construyendo personajes y atmósferas que logran instalar una emoción que mezcla tristezas y opacidades del alma. El juego de silencios es una audacia que se agradece por su calidad cinematográfica y también porque se contrapone a la palabrería sin límites y a la estridencia continua que ya nos tiene agotados.

El tratamiento de los personajes se la juega por una opción muy atractiva. El relato, en vez de describirlos con precisión, sólo se asoma a ellos, como si fueran personajes en borrador, en proceso, y los mantiene en una cierta nebulosa de contornos difusos, sin que haya que construirles una historia precisa que defina presuntas causas y efectos que siempre huelen a sicologismos de manual.

Además los personajes no tienen un discurso que provenga desde alguna racionalidad o de la ideología. Al contrario, sólo se explican por reacciones muy primarias, por balbuceos y silencios, salvo el médico de la morgue que interpreta Jaime Vadell que con sus palabras es más lo que oculta que lo que devela, un rasgo no escaso en este país. Y, en la misma línea, vemos la escena de una casa que está siendo allanada mientras un personaje no ve ni escucha nada, una metáfora de esos días en que tantos no vieron ni escucharon. Como está escrito en el poema de Carlos Pezoa Véliz: “Tras la paletada, nadie dijo nada, nadie dijo nada.”

Hay varias escenas notables. Un llanto tenue de Mario (Alfredos Castro) y Nancy (Antonia Zegers) en el que se asoma con infinita ternura el alma de los personajes. No es por nada que acaban de ganar el premio a mejor actor y mejor actriz, y también se premió el guión, en el Festival Internacional de Cine de La Habana. Y por otra parte, en el polo emocional opuesto, una escena de Sandra (Amparo Noguera), que expresa un reclamo desesperado y categórico y furibundo y digno por la total ausencia de humanidad frente a cuerpos desparramados en una escala de la morgue. Estas, además de la impresionante escena final de la película, seguramente quedarán entre las mejores del cine chileno.

Un retrato de Chile desde el dolor y el silencio. Cuerpos y almas mutiladas. El post mortem de Chile.