Esa opción fue clave en su vida. A diferencia de quien se declara experto, el aprendiz tiene un enorme espacio para crecer, para constituirse en un observador que amplía su mirada, y que de ese modo expande sus posibilidades de acción y de transformación del mundo.
El aprendiz explora, fluye desde la intuición, aprende a aprender. Sabemos cómo somos, como estamos siendo ahora, pero a veces ni siquiera nos imaginamos cómo podríamos llegar a ser si derrotamos a los enemigos del aprendizaje, que no son pocos: la incapacidad de admitir que no sabemos, confundir aprender con estar muy informado, perderle el amor a las preguntas, etc. (“Aprendiendo”, Aldo Calcagni, Newfield).
El aprendiz no viaja por una autopista que, como es su función, está predeterminada para ir, sin desvíos, de un punto a otro. El aprendiz, en cambio, construye un sendero, con avances y retrocesos, pero que tiene la ventaja crucial de que es el suyo y que le permite enfrentarse a sus miedos y construir su propio aprendizaje.
Ese niño que fue desechado por sus padres biológicos a los pocos días de haber nacido no sólo fue inteligente, talentoso, emprendedor e innovador. Además, tuvo el coraje de asumir que necesitaba aprender. Y seguramente a poco andar descubrió que el ser como somos nos permite transformar nuestra manera de ser (Olalla y Echeverría).
Jobs hizo un viaje desde la pesadez del éxito hacia la iluminación, y la libertad, del aprendiz.