lunes, agosto 08, 2005

LA ORGÍA.

A la salida de una función de cine en una sala sin ventilación una francesa le dice al escritor colombiano Fernando Vallejo, que se quejaba del olor de la sala, "ustedes los latinoamericanos no sirven para el amor. No huelen a nada. Es como acostarse con un vaso." A Vallejo el argumento le pareció un asco.

Umberto Eco confirma esa diferencia cultural con los olores cuando sostiene que Napoleón, tres días antes de volver a París después de una batalla, le envió un mensaje a Josefina diciéndole que no se lavara. Dicen que ella le obedeció.


Tampoco es casualidad que el alemán Patrick Sûskind ambiente su novela "El perfume" en París en una época en que "las calles apestaban a estiércol, los patios interiores apestaban a orina, los huecos de las escaleras apestaban a madera podrida y excrementos de rata. Apestaban los ríos, apestaban las plazas, apestaban las iglesias y el hedor se respiraba por igual bajo los puentes y en los palacios."

Era, pues, el escenario ideal para narrar la vida de Jean Baptiste Grenouille, un tipo que vive obsesionado por crear el perfume que exprese la esencia de la belleza. Jean Baptiste es lo opuesto a Juan, el Bautista, que en un acto de humildad se negaba a bautizar a Jesús en el río Jordán, mientras el personaje de la novela, arrastrado por su soberbia, terminado convertido en un asesino en serie.

A Giambattista Bodoni, el protagonista de Umberto Eco en la novela "La misteriosa llama de la reina Loana", le sucede lo contrario de Grenouille. Pierde súbitamente la memoria y en su esfuerzo por recuperarla apenas puede recordar algunas ideas y palabras, pero no sensaciones: "no tengo sentimientos, sólo frases memorables." No recuerda imágenes, ni sabores, ni olores y en su angustia reconoce lo peor: "he perdido el alma."

Sin olores la vida se complica y perdemos la capacidad de vislumbrar el futuro porque el olor es también la metáfora de una sospecha, de aquello que está oculto o por suceder: "algo huele mal en Dinamarca", dice Marcelo en el primer acto de "Hamlet" intuyendo que se avecina una tragedia.

Así las cosas, para nosotros el ser o no ser no es la cuestión sino más bien el tener o no tener olores o, mas bien, disfrutar todos los sentidos. Sin ellos estamos perdidos porque nos desconectamos de recuerdos y emociones, y de allí a perder la fantasía y la creatividad hay un paso. "Estuvimos al bode del abismo, pero supimos dar un paso adelante" dijo alguna vez Pinochet quien al final demostró no tener olfato histórico.

Pero hay salvación. Hace algunos días en España se encontraron neurólogos, artistas y siquiatras en la Primera Conferencia Internacional de Sinestesia para investigar cómo la tenue frontera que hay entre los sentidos permite potenciar conexiones entre ellos. Por ejemplo, un sonido que nos provoca sensaciones táctiles (la palabra “aterciopelado”); o un olor que nos provoca un recuerdo de la infancia (el olor de la mantequilla derritiéndose en un pan tostado), etc.

Entonces, si andamos faltos de olor o medios apagados tenemos que potenciar las conexiones entre los sentidos y experimentarlos en red, convertirlos en una orgía con lazos múltiples y simultáneos, como ocurre cuando se escribe un blog.


Y ahora, que pase la francesa.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

¿quien es la francesa?

Anónimo dijo...

yo creo que si vivimos a concho todos los sentidos este país no lo resiste

LMP dijo...

Con respecto al olfato a mi me intriga mucho esa frase de Myriam, HUELE A PELIGRO

piolilla dijo...

Jean Baptiste Grenouille no estaba obsesionado con crear el perfume que exprese la esencia de la belleza, sólo quería (con bastante obsesión) conseguir un olor propio, ya que el era completamente inodoro. Y cada uno busca siempre lo mejor para si mismo, no?

Augusto Gongora dijo...

Olores inéditos del cuerpo, eso está muy atractivo. Vamos atener que aprender de los italianos.