lunes, octubre 31, 2005

Imágenes (7) EL OJO QUE MIENTE

Raúl Ruiz se queda mirándome fijo y un brillo de burla se le asoma en la mirada. Yo me asusto. He conversado muchas veces con él y otras tantas le hice preguntas y el punto es que nunca responde lo que uno presume que podría responder. Incluso creo que más de alguna vez me agarró para el hueveo, como cuando, hace unos cinco años, a propósito de una pregunta, me estuvo contando acerca de un teatro de chanchos que tenía un amigo suyo.

En esa ocasión se dedicó largamente a elogiar a uno de los chanchos porque, a su juicio, era un gran actor, "aunque es muy divo", me dijo. Atónito, le pregunté en qué se notaba que era un gran actor. "Porque tiene convicción para actuar" -me respondió- además tiene muy buena memoria para aprenderse los textos y dice 'oinc, oinc, oinc', no se le entiende ni una huevá, pero puta que es buen actor".

Ahora yo sigo callado y para huir de ese silencio que se me está haciendo eterno le repito la pregunta. ¿Cual es el sentido de "El ojo que miente? (aludiendo al título de una de sus películas). Continúa el silencio y el asomo de burla en la mirada hasta que me dice: "para joder a Santo Tomás, Góngora, por eso de 'ver para creer', porque yo me pregunto ¿qué pasa si el ojo miente?"

Mierda, otra vez me dejó pillo, pensé por un instante, qué hago ahora. Pero, afortunadamente recordé el libro "Atrapando la luz", de Arthur Zajonc, y le conté que en 1910 los cirujanos Moreau y Le Prince operaron a un niño de 8 años,ciego de nacimiento, y cuando le preguntaron qué veía dijo "no sé". El niño aún no aprendía a ver porque la luz y los ojos no bastaban para darle la visión. Al atravesar la pupila de sus ojos esa primera luz no suscitaba el eco de una imagen interior.

En un estudio de 66 casos de recuperación de la vista en ciegos de nacimiento, le dije, embalado, M. von Senden llegó a la conclusión de que era necesario superar muchas dificultades para aprender a ver. Incluso en algunos casos se produce una crisis sicológica que puede conducir al rechazo a la vista. Algunos, explicaba el científico, deciden ser ciegos en su propio mundo que videntes en un mundo extraño.

Zajonc afirma, le digo a Ruiz, que la luz de la naturaleza y de la mente se entrelazan dentro del ojo y suscitan la visión, pero cada una de ellas por separado es misteriosa y oscura.

Termino la historia contándole que acá en Chile vemos mucha tele (post anterior, "Ojos separados del cuerpo") y que quizá el ojo se desconectó de la luz interior y de la luz de la realidad y que ahora el ojo chileno sólo contempla verdades televisivas, que son apenas una versión de la realidad entre millones de posibilidades.

Ruiz ha estado escuchándome muy atento (para vengarme, trato de que un asomo de burla se me escape por la mirada, pero no me resulta) y cuando finalizo el relato me dice: "¿viste Góngora?, me lo estás confirmando, tengo razón, hay que zarandear a Santo Tomás y aquello de 'ver para creer' porque, te insisto, ¿qué pasa si el ojo miente?

Entonces recordé que la cámara se transforma en los ojos del espectador. Y que al mirar la pantalla (post "Voyeuristas ciegos") somos voyeuristas, pero voyeuristas ciegos que miramos según los deseos del otro.

lunes, octubre 24, 2005

Imágenes (6). OJOS SEPARADOS DEL CUERPO

Anoche tuve un sueño extrañísimo, tenía la sensación de que mis ojos estaban separados del resto del cuerpo. Me sentía fracturado y mientras los ojos flotaban sin dirección el cuerpo deambulaba en la penumbra buscando algo que no encontraba. Cuando me iba a los ojos comenzaba a quedarme dormido y cuando habitaba en el cuerpo quería moverme pero no lo conseguía.

Cuando recién abrí los ojos, en ese instante fugaz entre el sueño y la vigilia, tuve la sensación de continuar fracturado y de haber perdido algo. No sabía si ya había vuelto al mundo o continuaba soñando. La tele, apagada, me observaba con disgusto. Después logré despertar del todo.

Quizá llegué a soñar esto porque la vida es más o menos así. Vemos 3.5 horas de TV al día, 105 horas al mes y 1.260 al año. Es decir, cada siete años vemos 8.820 horas de TV. Cada año tiene 8.760 horas. Entonces, cada siete años vemos televisión durante un año completo.


Los que tienen 21 años, han pasado tres años viendo tele. Los que tienen 28 años, durante cuatro y los que tienen 35 han dedicado cinco años a esta (in)actividad. Los que tienen 42 han vivido seis años pegados a la pantalla y los que tiene 49 se han inyectado siete años completos de tele a la vena.

¿Qué estamos mirando? ¿Qué mundo habitamos?

Se abre el debate.

martes, octubre 18, 2005

LA FAMA Y EL PRESTIGIO

Hace un par de semanas leí una columna del escritor español Javier Marías llamada “El desprestigio del desprestigio” en la que afirma que “a la gente no le importa ya desprestigiarse”.

Tiene razón, pero creo que las cosas son peores. El desprestigio se ha convertido en una industria, en una manera de acaparar portadas o salir en la tele. Desprestigiarse es un buen negocio.

Antes los desprestigiados eran pocos, ahora son multitud. Hay campañas de desprestigio orquestadas por los propios “afectados” porque saben que así tendrán derecho a réplica y si logran altos grados de desprestigio es seguro que aumentarán sus ingresos y firmarán autógrafos.

Ya no hay asesores de imagen sino consejeros para obtener una mala reputación e incluso “personal trainers” para mantenerla por el mayor tiempo posible. Entre la fama y el prestigio ellos recomiendan la fama porque es la vía más directa al desprestigio y a los beneficios que este acarrea, incuyendo invitaciones a eventos repletos de cámaras y noteros simpáticos.

Dicen que el prestigio, en cambio, es una lata, viene del talento, la intuición y el trabajo disciplinado. Una vez a Picasso le preguntaron si la inspiración le llegaba o la buscaba. Me llega, contestó, pero procuro que me sorprenda trabajando.

O sea, el prestigio cuesta conseguirlo, hay que esforzarse mucho y a lo más se obtiene respeto y el enorme placer de la creación y el trabajo bien hecho. Mientras la fama la prestan, y sólo por un rato, el prestigio es de quien lo posee y habitualmente va creciendo con el tiempo gracias al empeño y la superación.

La nueva mala noticia es que el desprestigio llegó nada menos que al Senado de la República. A pesar de que el nuevo artículo octavo de la Constitución señala que todas las decisiones del Estado tienen carácter público, eliminando las sesiones y votaciones secretas, algunos senadores insisten en el secretismo y pretenden conservar en una especie de clandestinidad decisiones que involucran a todos los chilenos. No puedo dejar de recordar, aunque suene duro, que el decreto ley que creó la DINA era secreto, así como muchas leyes que durante la dictadura se fraguaron en las sombras.

Además, mantener oculta la información de qué parlamentarios y con qué fundamentos se inclinaron por una u otra opción al votar una ley no hace sino aumentar las sospechas de que podría haber algunos que representen intereses privados contrarios al interés público. Apuñalar la transparencia coarta los derechos ciudadanos y es un atentado a la democracia que, finalmente, es de todos. Y no hay que aceptar que se desprestigie.

miércoles, octubre 12, 2005

JÓVENES REBELDES, PADRES FUGITIVOS

A propósito del estreno de "Se arrienda" recordé varias películas que abordan el tema generacional y la relación hijos/ padres (y no al revés) que transitan por el abandono, la soledad, los ritos de crecimiento, las utopías y los sueños, los primeros amores, la madurez, en fin, temas que nos marcan y nos acompañan durante toda la vida y donde el cine se convierte en un buen compañero de viaje.

Para mí el punto de partida es la novela “El guardián entre el centeno”, (Salinger, 1951), entre otras cosas porque influyó poderosamente en el modo en que el cine norteamericano abordaría el tema.


Salinger instala rápidamente el desencanto que ronda la historia y que posteriormente estará presente en varias películas: “... lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y demás puñetas estilo David Copperfield, pero no tengo ganas de contarles nada de eso” dice Holden Caufield, el protagonista, en el primer párrafo.

Cuatro años después en “Rebelde sin causa” (1955, Nicholas Ray) se asoma con vigor el tema del abandono emocional. Hay una escena en que James Dean, atormentado por la culpa ante la muerte de un joven, intenta hablar con los padres para que lo escuchen y lo consuelen, para que lo quieran como él necesita ser querido, pero no pasa nada. El padre es un blandengue incapaz de tomar decisiones y la madre, cuando se entera que su hijo está en dificultades, le dice algo parecido a “pero por qué tienes problemas si yo siempre le rezo a la virgen por ti”. El se queda mirándola en silencio, tratando de olvidar que tenía ganas de ser acogido por ella. Dean está sólo. Es joven y está sólo.


“Busco mi destino” (1969, Peter Fonda) se mueve en otra dirección. Peter Fonda y Dennis Hopper son dos jóvenes que agarran la moto y se van de la casa de sus padres, el diálogo ya es imposible y ni siquiera lo intentan, en realidad, no les interesa. No es un dato menor que hacia el final se cruzan en una carretera con un par de viejitos y uno de ellos saca un rifle, les dispara y los mata. ¿Por qué? Por jóvenes. Y no es chiste.

En 1983 Francis Ford Coppola realiza “La ley de la calle” y le da otra vuelta de tuerca al asunto. Matt Dillon y Mickey Rourke son dos hermanos que tienen padre, uno de ellos vive con él, pero se trata de un personaje ahogado en alcohol, abandonado de si mismo e inútil que no es un apoyo sino una carga, una especie de bulto que alguna vez fue padre. Ellos también están solos y la calle es peligrosa, no escucha ni da consejos. Y dispara a matar.

En “La dura realidad” (1994, Ben Stiller) Wynona Ryder es una estudiante que está realizando un documental. El profesor le pregunta cual es el tema y ella le explica que es la historia de una generación sin referentes, sin héroes, sin líderes. Ante la extrañeza del profesor agrega: “lo que pasa es que nuestros padres cambiaron la revolución por el jogging.” Padres trotando, huyendo de sí mismos, de los hijos y de la vida. Y, peor, cuidando el look para no envejecer, para creerse jóvenes. Todo mal.

En “Se arrienda” (2005, Alberto Fuguet) los padres siguen ausentes y cuando intentan aproximarse las cosas no marchan bien. Uno le ha disparado un par de balazos en el estómago a su propio hijo y el padre de Luciano Cruz Coke intenta ayudarlo pero en el fondo no lo conoce y sólo le plantea sus propias interrogantes desde la distancia y la frialdad.

Pero Fuguet, en una escena sencilla y conmovedora que es puro cine, enciende un fuego. Cuando padre e hijo están saliendo de un túnel de lavado automático, desde el interior del auto ambos observan en silencio cómo el aire del secado empuja lentamente hacia arriba las gotas del parabrisas, transformándolas en lágrimas que antes de secarse suben al cielo y, quizá por primera vez, comparten una emoción.

lunes, octubre 03, 2005

LA REALIDAD TIENE GRIETAS

11 de julio 2007. Informan (Radio Cooperativa) que el gobierno de Bucarest entregará a los descendientes de la realeza el Castillo de Bran, considerado como la residencia del legendario conde Drácula. El príncipe de Valaquia, Vlad el Empalador, modelo histórico del vampiro Drácula, utilizó con fines militares varias veces durante su reinado esta fortaleza, que desde 1412 pertenecía a su abuelo Mircea el Viejo, según fuentes históricas.

Me acordé de este post donde, sumergido en la noche, conocí algunas complejidades de la realidad y resucité un monólogo de Drácula.

Me atrae la noche porque no tiene guión, porque se va descubriendo a medida que pasan las horas y sus caminos son insondables. El día, en cambio, me parece oficialista, ordenado, previsible, fome. La noche es mía, el día es de los otros. En la noche soy yo, en el día soy el que tengo que ser. La noche es mi territorio, en el día siempre estoy de visita.

Tengo algunas servilletas madrugadoras que conservan una tenue huella de conversaciones que se asomaron en la noche, antes que la crueldad del alba las exterminara.

Entre ellas hay una relacionada con el “Principio de Incertidumbre” (ver obra “Copenhague”), formulado por Heissenberg en 1927 y por el cual recibió el Premio Nobel de Física en 1932 y que un amigo me explicó a altas horas de la madrugada en el “Normandie”.


- Mira, me dijo, y comenzó a escribir en su servilleta algó así como ºp>xh = pÇ&*+...
- Para huevón, le dije, porque me puse pálido, quedé estupefacto y sólo atiné a decirle al mozo, señor, por favor, tráigase otra.

Al rato, cuando mi amigo puso cable a tierra y siguió contándome, sentí que mi percepción se ampliaba (¿habrá sido el Carmenere?) y que las posibilidades de especulación eran infinitas. Y allí nos quedamos, sin apuro, tranquilos, divagando, dándole vueltas a un tema que en el día me habría resultado insoportable.

En la servilleta anoté un par de cosas. Una, lo que llamamos la realidad no es necesariamente la realidad. Eso me conectó con la observación de Humberto Maturana en un taller que hice con él: “todo lo que se dice es dicho por un observador.” Stop. Esa no es una frase cualquiera, es tremenda, hay que darle más de una vuelta. ¿Cuantas realidades existen? Y si seguimos con Nietzsche, "no existen los hechos, sólo su interpretación", el asunto agarra más vuelo.

Vuelvo a Heissenberg. El observador modifica la realidad: es imposible medir simultáneamente y de forma precisa la posición y el movimiento de una partícula, por ejemplo, el electrón, sin alterar su comportamiento.

Dos, en consecuencia, la realidad tiene grietas, hay cosas que no podemos medir e ignoramos el funcionamiento del universo, de las cosas y de las personas, incluso de lo que escribimos.

Ese es el punto: es complicado conocer mi posición en la noche y más aún el movimiento; las dos cosas juntas, imposible, lo que me convierte en una especie de electrón nocturno difícil de predecir. La noche es una grieta y eso la hace atractiva. Es el reino de la incertidumbre que permite especular, imaginar, aventurar explicaciones y soñar proyectos aparentemente imposibles. Eso no es poco, porque está llegando el momento de volver a soñar.

Enamorarse del principio de incertidumbre, y de sus consecuencias, es algo que sólo puede ocurrir de noche. Algo semejante le tiene que haber ocurrido a Fernando Savater para crear el monólogo de Drácula en su libro “Criaturas del aire”. Aquí va el párrafo final.

“Nadie conoce como el vampiro la alegría de la noche. El día es un espejismo, una perturbación atmosférica: la noche es un complejo y rico estado de ánimo. Paladeo hasta el fondo, hasta el estremecido límite, el júbilo secreto de la noche. ¿Habéis pensado que en el día solo se ven sombras, bultos que interceptan con su opacidad la luz, mientras que en la noche sólo se ven fulgores, destellos que desmienten la tiniebla?

Solo yo, el muerto, el inmortal, podría contaros qué entrega deliciosa es la vida. Sólo, yo, el rey de la noche.”