domingo, junio 17, 2007

LA LUZ DE LA IMAGINACIÓN

Mucha tele, muchos pixeles, ipodvideos, devedés. Aludes de imágenes. Parece que nos interesa más la representación de la realidad que la realidad misma. Sonidos electrónicos por doquier: pip, pop, uac, nic, poing, uuuup, click, click, click...
Nos llenamos de luces, destellos, flashes. Además está la bruma permanente, ese aire sucio, esa mala onda, esa capa que apenas nos permite intuir que más arriba hay luz.


Encandilado y agotado me sumergo en el silencio y trato de salvarme volviendo a leer “Atrapando la luz. Historia de la luz y de la mente”, de Arthur Zajonc (Editorial Andrés Bello, 1994).

Hay que comenzar, así lo hace el libro, citando una frase que tiene más de 3.300 años: "Yo soy aquel que abre los ojos, y se hace la luz: cuando cierra los ojos, se cierne la oscuridad." (El dios egipcio Ra). “La luz de la naturaleza y de la mente -dice Zajonc- se entrelazan dentro del ojo y suscitan la visión. Pero cada una de ellas por separado es misteriosa y oscura.”

Vuelve a venirse encima esa vieja sensación: tan voyeuristas y, por eso mismo, tan ciegos.

Sigue. "Las características de una cultura se reflejan en la imagen que ha elaborado de la luz (...)en las mitologías de todas las civilizaciones abundan historias acerca del sol, la luna, las estrellas, el fuego, el arco iris y la aurora."

Los relatos son un espejo. "Cada cultura ha intentado develar a su manera la índole y el sentido de la luz, y así ha originado un relato sobre ella misma, revelando tanto sobre sí, sobre la luz de la mente de un pueblo, como sobre la luz de la naturaleza.”

Mientras tanto, por acá, ¿nos estaremos quedando sólo con el resplandor de una pantalla que ilumina metalicamente la oscuridad, tratando de comprender el mundo desde allí?

El punto central de los argumentos de Zajonc tiene que ver con la creación: “por brillante que sea el día nos volvemos figurada y literalmente ciegos si carecemos del poder artístico y formativo de la fantasía. La visión requiere de una luz interior.”

El ejemplo es contundente: "La civilización occidental nació hace tres mil años con el canto de un bardo ciego que, al componer la Ilíada y la Odisea, dio voz a la imaginación griega y a la poesía occidental. La ceguera infundía pureza y poder a las palabras de Homero. En las tinieblas de su mundo sensorial nació un universo de portentos, y su memoria se extendió hacia actos arquetípicos y una eterna edad heroica."

Mientras tanto, nos encandilamos con cualquier tontera y nos perdemos algo tan sencillo e iluminador como el silencio. Habrá que deshacerse de la bruma interna y volver a explorar, a explorarse, porque se nos está atrofiando la imaginación y nublando la vista. Porque la belleza también está en el que mira, en el que sabe mirar.

Pero, antes de hundirse en el más oscuro de los pesimismos se asoma, salvadora, esa frase de Einstein: “en los momentos de crisis, sólo la imaginación es más importante que el conocimiento”.