viernes, febrero 24, 2012

Innovación, la fábrica de sueños

El invento del cine fue producto de una acumulación de descubrimientos que son consecuencia del progreso científico de una época más que del esfuerzo de una persona. Sin embargo, en ese proceso hubo emprendedores que fueron capaces de sintetizar hallazgos dispersos para desarrollar innovaciones relevantes.

Hacia fines del siglo 19 en Estados Unidos Edison fue el primero en impresionar imágenes en celuloide; los hermanos Lumiere en Francia fabricaron una cámara, que al mismo tiempo era proyectora, que les permitió registrar imágenes de la vida cotidiana y proyectarlas para públicos masivos. Y también aparece un tercer personaje, Georges Méliés, que crea lo que más tarde se llamó “la fábrica de sueños”, la industria del cine de ficción. Todos ellos eran emprendedores, pero cada uno vio lo que su capacidad de observación les permitía.
Georges Méliés, que asiste a la primera exhibición el 28 de diciembre de 1895, propone a los Lumiere comprarles la máquina cinematográfica pero ellos se niegan y le dicen que el aparato sólo iba a ser útil para fines científicos. Se equivocaron de manera rotunda.

Méliés, porfiado, fabrica su propia cámara y en 1902 realiza el film “Viaje a la Luna” dando un giro radical al lenguaje cinematográfico, inaugurando la posibilidad de narrar historias y generar mundos de ficción. Él venía del teatro, era mago y jugaba con el ilusionismo. Méliés era un observador diferente que pudo ver posibilidades que otros no vieron.

El emprendimiento y la innovación son procesos impulsados por la necesidad de generar cambios y ampliar las posibilidades de acción de personas, instituciones o empresas. Pero estos procesos se enfrentan con dificultades. Entre ellas, el miedo al cambio, a lo nuevo, a explorar territorios que se perciben como inciertos, etc. Pero las rutinas generan una falsa sensación de estabilidad y el “piloto automático”, esa entelequia que impide la aparición de nuevas ideas, termina imponiéndose. Desde allí la innovación se hace imposible y se bloquean los procesos de apertura. Lo grave del asunto es que se tiende a creer que mientras otros cambian, algunos se quedan estáticos. Pero el hecho es que cuando los demás cambian y se mueven los que se quedan estáticos en realidad retroceden.
A lo que es necesario tenerle miedo es al inmovilismo no al emprendimiento y la innovación. Zygmunt Bauman, un sociólogo, filósofo y ensayista polaco ha abordado el tema del “mundo líquido”. Sostiene que, para comprender al mundo actual, que se mueve a gran velocidad, es necesario poner el foco en los flujos más que en las estructuras.

Es necesario asumir que actualmente los diagnósticos tienen corta duración. En consecuencia, es fundamental desarrollar la capacidad de trabajar con diagnósticos dinámicos, que son los que tienen la capacidad de actualizarse de modo permanente para generar procesos de emprendimiento.
La innovación necesita impulsar procesos creativos permanentes que nos liberen de razonamientos burocráticos y estrechos. Eso nos permite entrar en un cierto estado de flujo que facilita la intuición, amplía la mirada, potencia la capacidad de explorar e instala la curiosidad y el asombro como valores esenciales para el emprendimiento.
El aporte de Méliés fue observar, imaginar y crear los mundos nuevos de la fábrica de sueños. De todo esto se puede concluir que en el mundo líquido actual el emprendimiento y la innovación no son una opción, son una necesidad para la sobrevivencia y el cambio.

Augusto Góngora, Coach Ontológico, The Newfield Network

lunes, febrero 06, 2012

¿Recordamos o inventamos?

Michelle Philpots, una británica de 47 años, se levanta cada día por la mañana, vive diversas experiencias y al día siguiente no recuerda nada. Así ocurre desde 1994. Cada 24 horas olvida todo. Se dice que en ocasiones a los políticos les ocurre algo similar, lo que ya es preocupante, pero no quiero ni pensar qué sucedería si todos los habitantes de un país olvidáramos todo. Me imagino que no existiría el país, que seríamos apenas un tropel desbocado, sin memoria, sin historia.

Lo cierto es que recordamos y narramos, pero el proceso de hacerlo tiene sus complejidades. Existen investigaciones que indican que cuando narramos un evento ocurrido con anterioridad nos basamos no en el hecho original sino en los recuerdos que tenemos acerca de él. En realidad, en el último de la serie de recuerdos que conservamos acerca de un evento. El periodista Jonah Lehrer, editor de diversas revistas de divulgación científica, cita a Proust cuando afirmaba que “los recuerdos son como las frases, es decir, cosas que nunca dejamos de cambiar. La memoria no es una biblioteca.”
Todo lo que recordamos es parte de nuestras narrativas. Vuelvo a citar a Rafael Echeverría: vivimos en un mundo de narrativas sobre el universo, sobre nuestro país, sobre cada uno de nosotros, etc. A estas últimas se les denomina “las narrativas del Yo” y se refieren a nuestra historia personal. Tienen varias fuentes: lo que nos contaron nuestros abuelos y padres, las ficciones, aquello que escuchamos a escondidas, las experiencias vividas, los secretos revelados, las pinceladas que logramos recordar de nuestra propia vida, etc.

Las narrativas son importantes porque constituyen parte del relato de lo que somos y nos proporcionan historia, identidad, visión de futuro, expectativas, etc. Las narrativas nos permiten ser como somos, nos dan seguridad y nos permiten ocupar un lugar en el mundo.
Pertenecemos a la única especie que produce narrativas y al mismo tiempo somos producto de ellas.
Deformamos los recuerdos, señala Lehrer, para que se adapten a nuestra narrativa personal y nuestro cerebro re elabora la experiencia sin que se lo pidamos. Los recuerdos son sólo versiones de lo que realmente sucedió.
Mi padre solía narrar con gracia anécdotas muy divertidas y mi madre siempre le hacía la misma advertencia: eso no puede haber ocurrido. Cierto, decía él, pero así es mucho más entretenido.

Augusto Góngora, Coach Ontológico, The Newfield Network