lunes, noviembre 28, 2005

MEMORIAL DEL CONVENTO (*)

La multitud estaba atenta cuando el caballo entró a la Iglesia por la nave central con paso tranquilo, se detuvo cerca de la escalinata que conducía al altar y, sin apuro ni pudor, se mandó una tremenda cagada.

Los fieles del barrio La Tartuca, en Siena, se unieron en un murmullo de admiración y contemplaron felices el montón de caca húmeda, abundante, tibia y olorosa que yacía frente al cuadro de San Antonio de Padua, el Santo Patrón del lugar, que observaba satisfecho la escena.

El párroco, enérgico, descendió por las gradas, se acercó hasta quedar a pocos centímetros del animal, le dio su bendición y luego, mirándolo a los ojos, con voz firme le dijo “¡va e torna vincitore!”.

Me acordé de esta escena cuando en Valparaíso descubrí que los perros también van a misa. Quizá lo hacen porque buscan el paraíso -si no es en Valparaíso, ¿dónde?- o sencillamente porque se sienten acogidos.

Caminando por Cerro Alegre me encontré con la Parroquia San Judas Tadeo y entré. Me fijé en varios perros que estaban en primera fila, delante de los asientos. Algunos dormitaban -quizá ya habían estado en la misa de las diez y les daba lata repetírsela- otros paseaban y una perrita escuchaba atentamente al cura.

Había onda entre ellos, entre el cura y la perrita, porque cuando él enfatizaba alguna parte de la prédica, la miraba a ella como diciéndole ¿se entiende?, y la perrita no es que llegara a asentir o moviera la cola para expresar su acuerdo con el cura, pero lo seguía con gran interés. Al terminar la misa los fieles se persignaron y encendieron los celulares con un solo movimiento de manos y luego todos, entre ellos los perros y la perrita, salieron juntos de la parroquia con absoluta naturalidad.


Fue entonces cuando me acordé del Palio de Siena, una fiesta que mezcla elementos religiosos y paganos de la que existen crónicas desde 1283, aunque se supone mucho más antigua. Dos veces al año, el 2 de julio y el 16 de agosto, en la Piazza del Campo, que tiene forma de herradura, 17 jinetes que representan a los barrios de Siena se lanzan en una carrera frenética que dura menos de un minuto.


Todo vale, los caballos son duramente fustigados, los rivales se golpean, algunos caen, otros se estrellan contra un muro mientras la multitud, enfervorizada, alienta a su favorito. Después de tres vueltas a la pista el jinete ganador recibe el Palio, un estandarte de seda, y es llevado en andas mientras todos besan y celebran al caballo. Luego, en una fiesta que dura hasta la madrugada, las mesas se sacan a la calle, los vecinos comparten la cena y las bandas de música recorren la ciudad llenándola de sonidos y colores.

En las horas previas a la carrera cada uno de los caballos es conducido a la capilla del barrio para recibir la bendición del cura. Según la tradición, si el animal caga dentro de la Iglesia es un muy buen presagio. Por eso, desde que el corcel entró a la parroquia de La Tartuca vestido de amarillo y azul oscuro, los colores oficiales del barrio, todos, los vecinos, el jinete, San Antonio de Padua, otros santos que andaban por allí y el cura estaban pendientes, esperando la señal divina. Cuando el caballo cagó todos dieron rienda suelta a su alegría y fue entonces que el sacerdote se acercó y le dio el mandato: “va e torna vincitore”.

Luego de la ceremonia la mierda fue recogida con pala, el piso baldeado, los santos tapados, San Antonio de Padua lucía radiante y todos estaban emocionados por la gran cagada que el caballo dejó en la Iglesia.

(*) Tomo prestado el título "Memorial del Convento" (1982) de la excelente novela de José Saramago, Premio Nobel de Literatura 1998, que mezcla, por una parte, lo real, lo cotidiano, la caca, por ejemplo, y por otra, los mitos, las leyendas y lo ceremonial.

Ver http://www.epdlp.com/escritor.php?id=2270

lunes, noviembre 21, 2005

RESURRECCIONES

Leo que José Saramago, Premio Nobel de Literatura 1998, acaba de publicar una novela que se llama “Las intermitencias de la muerte”, que camina sobre la pregunta “¿qué pasa si la muerte deja de matar y vivimos eternamente?”.

Me gusta Saramago porque a partir de situaciones cotidianas que se van radicalizando escudriña la naturaleza humana con gran talento. En “Ensayo sobre la ceguera” la historia comienza cuando las personas, todas y sin explicación conocida, van quedando ciegas. A partir de allí se desatan diversas conductas, desde las más viles hasta las más nobles, que van constituyendo una metáfora de nuestro mundo y, al final, quedamos con la sensación que ya estamos ciegos, ciegos de alma, ciegos de generosidad con el otro, ciegos con el caído.

La idea de no morir y vivir la eternidad me angustia, no me resulta atractiva porque una de las virtudes de la vida, terrible, es cierto, es que hay un tiempo y no podemos perderlo, las cosas tienen un plazo que se cumple y algo tenemos que hacer en ese tiempo que justifique nuestra existencia. La eternidad me huele a nada, a regalo y a condena. Morir en vida es aún peor.



Recién vi la película “Clean” (imperdible, para mi gusto) que, en el fondo, tiene que ver con la resurrección, o con las resurrecciones que cada cierto tiempo tenemos la oportunidad de emprender. Resucitar a pesar de la pena y el espanto, resucitar de los dolores, resucitar a pesar de las injusticias, resucitar desde nuestros errores. Perdonar y perdonarse. Levantarse, volver a empezar, reinventarse.

La capacidad de resucitar es uno de los actos más bellos y más tiernos de nuestra humanidad. Resucitar es un acto de coraje y de libertad. Es levantarse desde las sombras propias o ajenas y volver a empezar.

Más allá de los dolores o de lo que hayamos perdido en el camino, quizá al final nuestras vidas serán la suma de nuestras resurrecciones.

miércoles, noviembre 16, 2005

TV Oscurantista

El despido de la periodista Pamela Jiles de TVO es muy grave. El canal argumenta que ella transgredió el “pluralismo y la tolerancia” de la línea editorial. Sin embargo, es la medida adoptada la que atenta contra el pluralismo y la tolerancia ante la legítima opción de expresar públicamente sus preferencias políticas de cara a las elecciones.

El hecho de ser periodista no puede, por ningún motivo, privarla de sus derechos ciudadanos. Sólo ella, en forma libre y por consideraciones propias, puede decidir no expresar públicamente su opción política.

El canal establece en contra de ella una presunta "incompatibilidad de conducir un programa televisivo donde se busca representar de manera equitativa a cada una de las candidaturas." Sin embargo, la juzga, y la condena, por algo que ocurre en un ámbito distinto al de su trabajo. Coincido plenamente con el valor de la equidad, pero eso se discierne evaluando la conducción periodística que Pamela Jiles lleve a cabo en un programa político -y no me cabe duda que ella entiende su labor de ese modo- y no en otro terreno, en el que sólo a ella le corresponde determinar sus decisiones.

Lo que TVO implícitamente le está exigiendo es que simule no tener opciones que son privativas de todos los ciudadanos o que forzadamente renuncie a ellas. Se le está pidiendo que mienta o que se violente. Aquí hay un problema de fondo, porque se pretende afirmar que sólo alguien que se reprime o que tiene la mente presuntamente vacía puede ser equitativo.

Esto tiene una esencia antidemocrática. Lo ético, lo profesional, es exactamente lo contrario. Es decir, una persona que, como es normal, tiene sus preferencias, en el ejercicio de la profesión periodística se comporta de manera equitativa con las partes al conducir un debate político. Eso es ser leal con el lugar donde trabaja, consigo misma, con el público y con los participantes del programa. No es un dato menor que los panelistas, incluso los que tienen una opción radicalmente distinta a la de ella, renunciaron en un gesto de solidaridad y protesta.


Se puede tener posición y ser honesto y leal. Presumir que quien tiene posición queda imposibilitado de ser honesto y leal es algo que coarta las libertades y los derechos ciudadanos.

El despido es una expresión de oscurantismo que viene de etapas siniestras de la historia de este país y que, entre todos, y con mucho esfuerzo, hemos superado para llegar a una convivencia democrática.

En democracia nos aceptamos lealmente no porque tengamos el cerebro vacío o pensemos lo mismo sino porque, siendo distintos, respetamos la legitimidad del pensamiento de los otros. No siempre he coincidido con Pamela Jiles, pero reconozco su lealtad y valentía, y le expreso mi sincera solidaridad ante la dura situación que está viviendo.

miércoles, noviembre 09, 2005

LAS BATALLAS DEL LENGUAJE

“La crisis de los suburbios” denominaron a los conflictos que comenzaron en la periferia de París y que ya se extendieron a Bélgica y Alemania. A veces, las palabras, en vez de develar, ocultan.

Para colmo de males, el Ministro del Interior francés, Nicolás Sarkozy, una de las cartas de la derecha para las próximas elecciones, se refirió a los jóvenes denominándolos “escoria”. No hizo sino confirmar que todas las batallas son también batallas del lenguaje.

Sarkozy encendió aún más la mecha porque con sus palabras, (“escoria: cosa vil y de ninguna estimación”), confirmó los problemas de fondo: discriminación, violencia, pobreza, falta de horizontes, marginalidad, una integración más formal que real de inmigrantes que han huido de sus países precisamente a causa de esos mismos problemas. Por si fuera poco, ahora (jueves 10 noviembre) quiere desterrar a los que protestan. ¿Esos suburbios no son ya un destierro?


Las soluciones policiales son apenas un parche que va a dejar las cosas donde mismo. Aún no sabemos si esto será un hecho aislado o el inicio del algo más grave. Las soluciones de fondo que se sugieren van por el lado de la escolaridad y la integración económica, social y urbana, entre otras.

No es mucho más lo que se puede decir, sin caer en la retórica, ante un proceso que está en evolución. Pero la denominación del conflicto no indica nada bueno. La llamada “crisis de los suburbios” pretende afirmar que los problemas son de otros, que están lejos, en una marginalidad difusa e invisible.

Es como decir que el problema del Sida es sólo de los que lo padecen; o que la pobreza es un asunto que concierne únicamente a los pobres; o que la hambruna es el destino inevitable de los que se mueren de hambre; o que la cantidad de niños que se mueren cada segundo en el planeta es un problema de ellos.

Patear el conflicto, al denominarlo de una cierta manera, por allá lejos, hacia los suburbios, no es casual, al contrario, es una manera tramposa de diagnosticarlo y a partir de allí de sacar soluciones bajo la manga que finalmente no solucionarán nada.


El problema no está en esos lejanos suburbios que nos encargamos de esconder para olvidarlos. El problema de fondo es que el mundo desarrollado ha sido capaz de acumular una enorme riqueza que, por un lado, no se reparte sino que se concentra y que, por otro, no resuelve graves problemas que crecen día a día afectando la vida de las personas y la existencia del planeta.

El problema no es de “los suburbios”. Es una crisis de valores que demuestra indiferencia frente al sufrimiento humano, ausencia de solidaridad, falta de voluntad política, económica y social para resolver una enorme cantidad de problemas que día a día enferman, matan y coartan las esperanzas de millones de seres humanos.


El desafío que tenemos en esta época que nos tocó vivir es desarrollar una conciencia activa para contribuir a enfrentar el dolor y sufrimiento que afectan a tantas personas.

¿La crisis de los suburbios? No me jodan, y si quieren llamarla así, yo digo que el planeta entero es un suburbio en crisis.


Recomiendo el sitio del fotógrafo brasilero Sebastiao Salgado, un gran maestro, que a través de su trabajo aborda el tema de los inmigrantes. Allí pueden ver "El mundo mayoritario" (1977/ 1992) y "La humanidad en transición" (1993/ 1999):

http://www.terra.com.br/sebastiaosalgado