UNO. Nadie podrá repetir ahora esa mañosa frase que inventaron los adultos para decir que los jóvenes en este país “no estaban ni ahí”. Quizá era un modo de los poderosos, consciente o no, para evitar sentirse amenazados y sugerir que el mundo es sólo de ellos. Esa afirmación, que nunca tuvo sustento, ahora es impronunciable. Incluso más, yo diría que aumenta la sensación que son los poderosos los que no están ni ahí con el país real.
En todo caso, los jóvenes no tenían por qué estar interesados en las escasas posibilidades de participación, en ser considerados habitualmente como consumidores y/o electores, pero pocas veces como ciudadanos; tampoco tenían que sentirse entusiasmados con partidos políticos convertidos en agencias de empleo, con una sociedad que no los escucha lo suficiente o con empresas que sólo los ven como mano de obra barata.
Los jóvenes siempre han estado ahí con sus aspiraciones, sus derechos y sus sueños. Están por un país abierto, tolerante y que no discrimine, por una educación de calidad y por espacios para la creación.
DOS. Hacía falta la voz de los estudiantes, especialmente en un país en que algunos intentan vetar la discusión de ciertos temas y definir estrechamente en qué se puede pensar y en qué no.
Desde siempre, en todas las épocas, en todos los países, los estudiantes empujan y obligan a las sociedades a mirarse, a ver cómo se están haciendo las cosas, a impulsar reformas, a cambiar lo que tenga que cambiar. Alguna vez los jóvenes eran considerados apenas como la prehistoria del mundo adulto, después se convirtieron en un actor social fundamental y desde ellos surgieron grandes cambios. Creo que la transición se hizo sin jóvenes, sólo con adultos demasiado prudentes, con razón o sin ella. Quizá es por eso que una gran masa de jóvenes se volcó a al arte y a la creación creando un país cultural muy atractivo.
Además, todo esto demuestra que las "agendas" no pueden ser rígidas ni excluyentes ni voluntaristas, si no están conectadas con la gente, con lo que pasa, las agendas quedan fuera de la realidad.
TRES. El único problema que hay que resolver, y los propios estudiantes han colaborado en esto, es el de los encapuchados, las bombas molotov y el vandalismo porque eso al final los termina aislando y sus legítimas demandas quedan en la penumbra.
Hace un par de años me tocó la suerte de estar en Roma cuando llegaba Bush y los ciudadanos organizaron una marcha gigantesca en la que estaban los partidos, los independientes, los artistas y los intelectuales, los rockeros, las organizaciones homosexuales, los jóvenes y los viejos, los hombres y las mujeres, familias enteras que salieron a manifestarse pacíficamente y sin temor.
De pronto aparecieron unos encapuchados que comenzaron a tirar piedras y botellas a la policía que resguardaba la marcha (ojo, la policía resguardaba la marcha, la facilitaba) y desde los propios manifestantes surgió un grupo con un mensaje muy claro: se sacan las capuchas, dejan los proyectiles y participan, y si no es así, se van. Los tipos tuvieron que irse y la gigantesca marcha continuó sin ningún incidente mayor por largas horas. Al día siguiente los medios de comunicación no se fueron por el lado de la violencia, porque no hubo, sino por una amplia cobertura de las críticas a Bush y su guerra financiera y petrolera.
CUATRO. Ya no se trata sólo del pase escolar, de la PSU, de la Ley Orgánica Constitucional o de la Jornada Escolar Completa. No. Ahora además se trata de una voz que ha llegado para quedarse, para comunicar y construir sueños. Una nueva subjetividad que pasa a ser parte activa de este país. Si esto no se entiende, las cosas se van a poner difíciles.
Así lo hicieron los jóvenes franceses en Mayo del 68 con “Prohibido prohibir” y “La imaginación al poder”. También en el Chile de los Sesenta con la “Revolución en libertad” y el “Socialismo a la chilena” y en los Ochenta con “Pan, trabajo, justicia y libertad” y “Democracia Ahora”. En realidad, son los mismos jóvenes de siempre que, cada cual en su época y circunstancia, vienen marchando desde hace tanto tiempo por las calles de todo el planeta para que las cosas sean un poco mejor.
Hacían falta estas voces jóvenes, renovadas, participativas, con ganas de libertad y de futuro. Comenzamos a vivir en otro país y no hay que restarse. Yo quiero disfrutarlo. ¿Que se pueden equivocar? Claro que sí, pero prefiero que se equivoquen los jóvenes a que lo hagan los mismos de siempre.