
La única que permanece inmóvil es la silueta de una chica de veintitantos que se recorta sobre un letrero de neón azul cruzado por dos palabras, Bar Zimbabve, que lleva un buen rato observando atentamente la pantalla de su celular.
Estoy estratégicamente instalado en el bus que me llevará de regreso al hotel y la espío sin piedad desde la penumbra. El humo del cigarro de la chica envuelve por algunos instantes la luz azul del teléfono y luego se disuelve en la noche mientras ella insiste en mirar la pantalla con una terquedad de la que emergen destellos amenazantes.
Trato de imaginarme si lo que hay allí es un mensaje o la fotografía de algún él o de alguna ella. El vigor de su mirada y la insinuación de una rabia que parece superar a la pena, me fue convenciendo que se trataba de una imagen, y no de un mensaje, porque sólo a otros ojos se los puede mirar de ese modo.
Un estruendo silencioso emana de su cuerpo cuando en un solo movimiento arroja la colilla del cigarro al suelo, le pone el pie encima, gira la zapatilla hasta no dejar huella de los restos de tabaco, acerca despacio el teléfono a su rostro y escupe la pantalla. Le tira encima una mirada desafiante, guarda el celular en uno de los bolsillos traseros de su jeans, enciende otro cigarro y luego exhala la primera bocanada de humo con cierta satisfacción que no oculta del todo la ira que se asoma en sus ojos negros.
Las puertas del Bar Zimbabve siguen batiéndose cada vez que entran o salen curahuillas y prostitutas, dealers y candidatos a sobrevivir la noche, mientras ella continúa siendo la única persona inmóvil en esa noche que continúa acumulando nubarrones.
La segunda colilla también cayó al suelo bruscamente pero no fue aplastada sino que un puntapié la lanzó con desdén a un par de metros. Luego mira hacia su alrededor mientras decide hacia donde partir cuando suena el timbre del celular. Instintivamente mueve su cabellera negra y luego permanece inmóvil, como preparándose para una lucha sin cuartel.
El celular suena por cuarta vez y entonces ella lo saca del bolsillo y sin identificar quien está llamando apreta la tecla para contestar, mientras el bus en que yo estoy comienza a moverse lentamente.
Ella escucha en silencio y yo me voy girando en el asiento mientras el bus dobla la esquina y antes de perderla de vista creo ver en sus ojos un relámpago que la estremece y durante el viaje hacia el hotel me recuesto en el asiento, cierro los ojos tratando de comprender si ese relámpago existió o lo imaginé sólo porque a esas alturas yo necesitaba que ella se estremeciera.
En "Sunset Boulevard" ("El crepúsculo de los dioses", 1950, Billy Wilder) todo comienza con una muerte, pero la apuesta es más jugada. El narrador, Joe Gillis (interpretado por William Holden), es un guionista y desde el inicio escuchamos su relato en off. El detalle es que en la primera escena el cadáver de Gillis flota en una piscina. Entiendo que es la primera vez que una película está narrada por un muerto.
"Un día hay vida. Por ejemplo, un hombre de excelente salud, ni siquiera viejo, sin ninguna enfermedad previa. Todo es como era, como será siempre. Pasa un día y otro, ocupándose sólo de sus asuntos y soñando con la vida que le queda por delante. Y entonces, de repente, aparece la muerte. El hombre deja escapar un pequeño suspiro, se desploma en un sillón y muere. Sucede de una forma tan repentina que no hay lugar para la reflexión; la mente no tiene tiempo de encontrar una palabra de consuelo."
"Muchos años después frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo."
"El 5 de junio se cumplirán tres años del suicidio en Irak del coronel norteamericano Ted Westhusing. Lo habían ascendido pocas semanas antes y le faltaban cinco para terminar su misión en el país ocupado. Lo encontraron en su trailer con el orificio de un tiro detrás de la oreja izquierda disparado por su Beretta 9 milímetros de servicio. En realidad, no se mató él: lo mató su sentido del honor militar." (
"Tú la mataste.
"Hoy murió mamá."
"Al día siguiente no murió nadie."
"Me gustaría que el orden en que se han publicado estos relatos se invirtiera y que apareciera yo primero como un hombre mayor, y no como un joven estupefacto al descubrir que hombres y mujeres genuinamente recatados admitían en sus relaciones amargura erótica e incluso codicia."