La única que permanece inmóvil es la silueta de una chica de veintitantos que se recorta sobre un letrero de neón azul cruzado por dos palabras, Bar Zimbabve, que lleva un buen rato observando atentamente la pantalla de su celular.
Estoy estratégicamente instalado en el bus que me llevará de regreso al hotel y la espío sin piedad desde la penumbra. El humo del cigarro de la chica envuelve por algunos instantes la luz azul del teléfono y luego se disuelve en la noche mientras ella insiste en mirar la pantalla con una terquedad de la que emergen destellos amenazantes.
Trato de imaginarme si lo que hay allí es un mensaje o la fotografía de algún él o de alguna ella. El vigor de su mirada y la insinuación de una rabia que parece superar a la pena, me fue convenciendo que se trataba de una imagen, y no de un mensaje, porque sólo a otros ojos se los puede mirar de ese modo.
Un estruendo silencioso emana de su cuerpo cuando en un solo movimiento arroja la colilla del cigarro al suelo, le pone el pie encima, gira la zapatilla hasta no dejar huella de los restos de tabaco, acerca despacio el teléfono a su rostro y escupe la pantalla. Le tira encima una mirada desafiante, guarda el celular en uno de los bolsillos traseros de su jeans, enciende otro cigarro y luego exhala la primera bocanada de humo con cierta satisfacción que no oculta del todo la ira que se asoma en sus ojos negros.
Las puertas del Bar Zimbabve siguen batiéndose cada vez que entran o salen curahuillas y prostitutas, dealers y candidatos a sobrevivir la noche, mientras ella continúa siendo la única persona inmóvil en esa noche que continúa acumulando nubarrones.
La segunda colilla también cayó al suelo bruscamente pero no fue aplastada sino que un puntapié la lanzó con desdén a un par de metros. Luego mira hacia su alrededor mientras decide hacia donde partir cuando suena el timbre del celular. Instintivamente mueve su cabellera negra y luego permanece inmóvil, como preparándose para una lucha sin cuartel.
El celular suena por cuarta vez y entonces ella lo saca del bolsillo y sin identificar quien está llamando apreta la tecla para contestar, mientras el bus en que yo estoy comienza a moverse lentamente.
Ella escucha en silencio y yo me voy girando en el asiento mientras el bus dobla la esquina y antes de perderla de vista creo ver en sus ojos un relámpago que la estremece y durante el viaje hacia el hotel me recuesto en el asiento, cierro los ojos tratando de comprender si ese relámpago existió o lo imaginé sólo porque a esas alturas yo necesitaba que ella se estremeciera.