lunes, octubre 26, 2009

Estatuas en la batalla

Ernst Gombrich en “La historia del arte” relata que en el 480 a. C. los persas invaden Atenas y destruyen edificios, templos y estatuas. Años después Pericles vuelve a construirlas.

Recuerda el historiador que casi todas las estatuas famosas del mundo antiguo fueron destruidas porque “luego del triunfo de la cristiandad, se consideró deber piadoso romper toda estatua de los dioses odiados”, es decir, las de los griegos.

Esto, según la especialista en Mitología, Edith Hamilton, se debía a que “los griegos crearon a los dioses a su imagen y semejanza, algo que nunca antes había concebido la mente humana.”


Gubern, en “Del bisonte a la realidad virtual”, señala que “la hedonista cultura grecolatina se situó en las antípodas del rigorismo icónico hebreo, con su (…) culto al cuerpo humano en brillantes exaltaciones figurativas.”

El origen de la deslegitimación moral de la imagen se halla en el Antiguo Testamento, Éxodo 20, 4, que prohíbe la producción de imágenes. Este tabú venía impuesto, dice Gubern, por el monoteísmo del pueblo judío, “opuesto frontalmente a la idolatría pagana, y para preservar la creencia en un dios superior e invisible e impedir su contaminación por parte de las culturas idolátricas…”


La batalla teológica tuvo muchos frentes y fue larga. Recién en el Segundo Concilio de Nicea, en el año 787, se restableció, con algunas restricciones, la legitimación de las imágenes: estas debían ser austeras, y sobrias, lo que marcaría un período del arte religioso, para limitarse a cumplir un humilde rol de intermediarias porque la veneración no debía ser hacia la imagen sino trasladarse al original.

En el terreno del poder y de las disputas simbólicas ocurre lo mismo que con la historia: la escriben los vencedores. Con las estatuas pasa lo mismo, unas caen estrepitosamente cuando cambia el eje del poder y otras se levantan, lo que siempre es más complejo que destruirlas.

Llegar a instalar la estatua del Presidente Salvador Allende en la Plaza de la Constitución vino de un convencimiento profundo de que Allende la merecía y seguramente pasó por un complejo proceso de negociaciones, como siempre ocurre en democracia porque en las dictaduras basta que el tirano de turno lo desee para que su estatua se instale.


En el caso de la polémica por la estatua de Juan Pablo II en la Plaza José Domingo Gómez Rojas se mezclan asuntos urbanísticos, religiosos, simbólicos, etc. A mi lo que más me importa es que no se cambie el nombre de la plaza: Gómez Rojas, poeta, es el primer mártir universitario que fue detenido después de una protesta, sometido a torturas, enviado a la Penitenciaría y luego a la casa de orates, donde el 29 de septiembre de 1920, sumido en la desesperación, se suicida. Lo que más me importa de todo esto es que no se olvide.

El poder se funda no sólo en la fuerza sino que también requiere de un discurso simbólico que construya, desde cierto punto de vista, el imaginario de cada sociedad. Por eso en 2003, el ejército estadounidense derribó, con gran despliegue mediático, una de las mil estatuas de Sadam Hussein en Irak. El 2004 manifestantes de la ciudad de Caracas derribaron, y secuestraron por algunas horas, una estatua de Cristóbal Colón que había sido inaugurada en 1904. Y por estos días Egipto exige a Alemania la devolución del busto de Nefertiti, que tiene 3.300 años de antigüedad, el que habría sido sacado ilegalmente del país. Los acontecimientos históricos levantan o derriban estatuas y no faltan los coleccionistas, o países, que se las roban.

Pigmalión se fue en otra porque no se robó nada y optó por realizar la estatua de una joven tan perfecta que terminó enamorándose de ella. Según relata Ovidio, “… se dirigió a la estatua y, al tocarla, le pareció que estaba caliente, que el marfil se ablandaba y que, deponiendo su dureza, cedía a los dedos suavemente…”

9 comentarios:

Una felicidad inesperada me visita dijo...

Desde tiempos inmemorables ha habido algo que nos conecta con un sentimiento de fe, que nos identifica. Está en nuestra cultura como humanidad desde tiempos remotos. Quizás tiene que ser que el hombre entendió la fragilidad de la mente y la necesidad de solidificar momentos históricos, líderes, personajes que han sido un aporte social a aquella época. En ocasiones encuentro por ahí fotografías con el polvillo clásico del desierto, las soplo y de un sopetón se me vienen las mil y una historias vividas con aquel personaje inmortalizado con una polaroid. Siempre es necesario recordar de qué estamos hechos, nuestra historia que es nuestra esencia.
Mucho éxito en hora 25… el jueves 29 después de pelotón!!!!!

cv dijo...

No sabía quien era José Domingo Gomez Rojas...claro, si se instala ahí la estatua ¿o escultura? de J.P II como que se estaría pasando a llevar lo que ese lugar recuerda. ¿Para qué tan grande? digo yo. En Curicó somos más vanguardistas, ya tenemos una estatua de J.P. II, a escala humana eso si y no produjo la más mínima polémica. En lo personal amabas me parecen de mal gusto, pero bueno...ojalá elijan un buen lugar no más.

Saludos Augusto y como siempre es un placer leer y comentar en tu blog, además siempre aprendo algo nuevo y eso me gusta. Buena semana y una pregunta ¿cuándo empieza hora 25?

Augusto Gongora dijo...

Quizá las estatuas son un intento vano de derrotar a la muerte.

No quiero que Gómez Rojas muera por segunda vez.

Hora 25 mañana jueves 29 a la medianoche!!!!!

cv dijo...

A que bueeeno, que les vaya super entonces. Mucha mierda como dicen por ahí.

tomasrojas dijo...

Saludos estimado
hoy te veo en tvn...
saludos y pasate por mi blog !

cv dijo...

Buen programa, poco tiempo pero bueno, contundente, lo mejor el comentario de Camilo Marks. Muy guapos Diana y tú. Lo peor, ¡no quisiste bailar cueca Augusto! Felicitaciones, los veo el próximo jueves.

Missbook asg dijo...

muy bueno el program de ayer. muy corto.
se deberia llamar. hora 25.30. ajja, cosa de que pudiera ser 30m mas. ajaj

Augusto Gongora dijo...

Gracias por ver H25 y por los comentarios, que ya transmití a mi equipo, Augusto.

Anónimo dijo...

están buenos los invitados