lunes, febrero 06, 2012

¿Recordamos o inventamos?

Michelle Philpots, una británica de 47 años, se levanta cada día por la mañana, vive diversas experiencias y al día siguiente no recuerda nada. Así ocurre desde 1994. Cada 24 horas olvida todo. Se dice que en ocasiones a los políticos les ocurre algo similar, lo que ya es preocupante, pero no quiero ni pensar qué sucedería si todos los habitantes de un país olvidáramos todo. Me imagino que no existiría el país, que seríamos apenas un tropel desbocado, sin memoria, sin historia.

Lo cierto es que recordamos y narramos, pero el proceso de hacerlo tiene sus complejidades. Existen investigaciones que indican que cuando narramos un evento ocurrido con anterioridad nos basamos no en el hecho original sino en los recuerdos que tenemos acerca de él. En realidad, en el último de la serie de recuerdos que conservamos acerca de un evento. El periodista Jonah Lehrer, editor de diversas revistas de divulgación científica, cita a Proust cuando afirmaba que “los recuerdos son como las frases, es decir, cosas que nunca dejamos de cambiar. La memoria no es una biblioteca.”
Todo lo que recordamos es parte de nuestras narrativas. Vuelvo a citar a Rafael Echeverría: vivimos en un mundo de narrativas sobre el universo, sobre nuestro país, sobre cada uno de nosotros, etc. A estas últimas se les denomina “las narrativas del Yo” y se refieren a nuestra historia personal. Tienen varias fuentes: lo que nos contaron nuestros abuelos y padres, las ficciones, aquello que escuchamos a escondidas, las experiencias vividas, los secretos revelados, las pinceladas que logramos recordar de nuestra propia vida, etc.

Las narrativas son importantes porque constituyen parte del relato de lo que somos y nos proporcionan historia, identidad, visión de futuro, expectativas, etc. Las narrativas nos permiten ser como somos, nos dan seguridad y nos permiten ocupar un lugar en el mundo.
Pertenecemos a la única especie que produce narrativas y al mismo tiempo somos producto de ellas.
Deformamos los recuerdos, señala Lehrer, para que se adapten a nuestra narrativa personal y nuestro cerebro re elabora la experiencia sin que se lo pidamos. Los recuerdos son sólo versiones de lo que realmente sucedió.
Mi padre solía narrar con gracia anécdotas muy divertidas y mi madre siempre le hacía la misma advertencia: eso no puede haber ocurrido. Cierto, decía él, pero así es mucho más entretenido.

Augusto Góngora, Coach Ontológico, The Newfield Network

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