viernes, febrero 05, 2010

Cegueras

En el cine y en la literatura muchas veces la ceguera ha sido una metáfora del estado del alma, individual o colectiva, que ha dado origen a relatos muy potentes. Quizá eso ocurre porque la ceguera es muy temida pero al mismo tiempo se puede llegar a instalar de a poco, de manera silenciosa, sin que nos demos cuenta, hasta el punto que lleguemos a considerarla normal o, lo que es peor, inevitable.


En “Ensayo sobre la ceguera”, de Saramago, hay un párrafo estremecedor: “El miedo ciega, dijo la chica de gafas oscuras. Son palabras ciertas, ya éramos ciegos en el momento en que perdimos la vista, el miedo nos cegó, el miedo nos mantendrá ciegos.”

El miedo, algunas veces, se convierte en un mecanismo para no ver la realidad, es decir, para cegarnos. La ceguera no se elige, pero a menudo la provocamos.

Pero hay cegueras que son producto de las convicciones. En el libro “La película que no se ve” Jean Claude Carriére (guionista de Buñuel en “Belle de jour” y otras tantas películas de diversos directores) relata que durante la colonización francesa en África los jefes militares organizaban sesiones de cine. Los notables africanos y los líderes religiosos no podían dejar de asistir porque habría sido interpretado como descortesía o derechamente rebeldía.

El caso es que la mayoría eran musulmanes y su tradición les prohibía representar la figura y el rostro humanos, que consideraban obra de Dios.Entonces, relata Carriére, "aceptaban las invitaciones pero apenas todo se sumía en la oscuridad y emergía desde la pantalla el primer rayo de luz cerraban los ojos y así los mantenían durante toda la función."

Estaban allí, pero no veían nada. Frente a una película, y para no violar sus convicciones, optaban por esa ceguera circunstancial.

Algo similar ocurre en la película chilena “Ilusiones ópticas”, de Cristián Jiménez, pero más radical: un ciego que comienza a recuperar la vista prefiere volver a ser ciego porque no le gusta lo que ve, lo deprime la injusticia, el cinismo, los abusos de poder, el conformismo.

En “Los abrazos rotos”, la última de Almodóvar, el tema de ver o no ver, esa es la cuestión en este caso, la historia se encamina hacia la tragedia pero a fuerza de voluntad el protagonista la revierte. Un cineasta queda ciego y el productor le roba su película y, por venganza, la convierte en un espectáculo patético. Para un cineasta la imagen es la base de su trabajo y la ceguera es la muerte.

Cuando logra recuperar su trabajo, en un acto de arrojo y voluntad decide continuar: “Las películas, afirma, hay que terminarlas, aunque sea a ciegas”. El cineasta ciego entonces, se transforma, desde un punto de vista ético, en una persona con mirada propia.

En “La venganza de Nitocris” (“La noche de la iguana y otros relatos”), de Tennessee Williams, que transcurre en la antigua Tebas, hay una escena en que una multitud ve lo que necesita ver e imagina que está sucediendo aquello que desean.La masa de gente indignada y temiendo por su vida porque el faraón, en un arrebato, apagó los fuegos del altar de Osiris, decide ir a palacio para asesinarlo.

La majestuosa presencia del faraón, sin embargo, los atemoriza, pero ocurre un imprevisto. Mientras el monarca baja las escalinatas del templo para enfrentarlos un peldaño cede y el faraón comienza de a poco a perder el equilibrio y mientras se tambaleaba en el aire tratando de recuperarlo, la multitud, ahora nuevamente envalentonada, percibía los acontecimientos como si el faraón luchara “cuerpo a cuerpo, relata Williams, con una serpiente monstruosa, invisible, enroscada en torno a su resplandeciente cuerpo, el que luego se derrumbó y aterrizó, desparratado, a los pies de la multitud boquiabierta”. Aquello fue interpretado por la multitud como la "señal de dios" que necesitaban y procedieron a hacer trizas con sus manos el cuerpo del faraón.

Los aterrorizados habitantes de Tebas vieron lo que nunca vieron pero creyeron percibirlo porque, en el fondo, necesitaban una presunta señal de su dios para asesinar al faraón y así evitar ser castigados por Osiris. En este caso el miedo no produjo la ceguera sino una visión que les proporcionaba el pretexto para el asesinato y así obtener la salvación.

A veces, demasiado a menudo, la ceguera viene de la construcción de una percepción antojadiza que convertimos en realidad para ver sólo lo que uno quiere, o necesita, ver.

2 comentarios:

Mary Rogers dijo...

la ceguera, en lo términos que la expones, es conciente y tendrá que ver con el crecimiento de cada uno. La elección de querer enfrentarse a la propia sombra es lo que, en algún minuto, correrá el velo. Parece simple, pero siempre es atroz ir descubriendo las veces que no cegamos a conciencia.
saludos, estimado.

Mary Rogers dijo...

era "nos cegamos a conciencia"