miércoles, diciembre 08, 2010

Post Mortem de Chile

El cineasta Pablo Larraín (Fuga, Tony Manero) logra en Post Mortem, su reciente película, una manera de mirar y de relatar muy personal, que escapa de las fórmulas, y genera una sensación de autenticidad desde las imágenes y en el modo de narrar la historia . Pocas veces se pueden ver relatos cinematográficos en los que acciones mínimas y silencios resulten mucho más elocuentes que las palabras, lo que permite al espectador la posibilidad de involucrarse a partir de las experiencias y las emociones propias. Si no es para eso, ¿para qué es el cine?



Post Mortem relata la historia de Mario (Alfredo Castro) que trabaja en la morgue y es el encargado de recibir decenas de cadáveres el día del Golpe y los posteriores. Es un tipo ausente, sin mayores intereses, excepto su vecina, Nancy (Antonia Zegers), una bailarina de cabaret, perteneciente a una familia que se opone al Golpe, razón por la que su casa es allanada. Mario la busca.

Es interesante el hecho de que la cámara nunca parece estar en el lugar ideal o convencional, lo que le otorga una cierta textura visual propia del documental chileno de los años Ochenta. Lejos de limitarse a registrar las acciones, el relato va construyendo personajes y atmósferas que logran instalar una emoción que mezcla tristezas y opacidades del alma. El juego de silencios es una audacia que se agradece por su calidad cinematográfica y también porque se contrapone a la palabrería sin límites y a la estridencia continua que ya nos tiene agotados.

El tratamiento de los personajes se la juega por una opción muy atractiva. El relato, en vez de describirlos con precisión, sólo se asoma a ellos, como si fueran personajes en borrador, en proceso, y los mantiene en una cierta nebulosa de contornos difusos, sin que haya que construirles una historia precisa que defina presuntas causas y efectos que siempre huelen a sicologismos de manual.

Además los personajes no tienen un discurso que provenga desde alguna racionalidad o de la ideología. Al contrario, sólo se explican por reacciones muy primarias, por balbuceos y silencios, salvo el médico de la morgue que interpreta Jaime Vadell que con sus palabras es más lo que oculta que lo que devela, un rasgo no escaso en este país. Y, en la misma línea, vemos la escena de una casa que está siendo allanada mientras un personaje no ve ni escucha nada, una metáfora de esos días en que tantos no vieron ni escucharon. Como está escrito en el poema de Carlos Pezoa Véliz: “Tras la paletada, nadie dijo nada, nadie dijo nada.”

Hay varias escenas notables. Un llanto tenue de Mario (Alfredos Castro) y Nancy (Antonia Zegers) en el que se asoma con infinita ternura el alma de los personajes. No es por nada que acaban de ganar el premio a mejor actor y mejor actriz, y también se premió el guión, en el Festival Internacional de Cine de La Habana. Y por otra parte, en el polo emocional opuesto, una escena de Sandra (Amparo Noguera), que expresa un reclamo desesperado y categórico y furibundo y digno por la total ausencia de humanidad frente a cuerpos desparramados en una escala de la morgue. Estas, además de la impresionante escena final de la película, seguramente quedarán entre las mejores del cine chileno.

Un retrato de Chile desde el dolor y el silencio. Cuerpos y almas mutiladas. El post mortem de Chile.


1 comentario:

Marcelo Munch dijo...

Que tal Augusto, fue un verdadero placer el encuentro del viernes 7 de enero, 2011, donde nos tocó sentarnos juntos en el "Jamás el fuego nunca", del Teatro de la Memoria, obra soberbia que te come hasta la palabra. Realmente magnífica.
Fue un buen día para mí.

Un abrazo enorme y nuevamente fue muy grato conocerte en persona y también a Paulina. Estamos en contacto.